Al ser uno de los sitios arqueológicos con más afluencia turística del país; no es una sorpresa que todos hayamos escuchado alguna vez sobre Tulum. El contraste entre el gris de sus pirámides y el azul del océano frente a este lugar se ve acentuado por la arena clara que hay en medio.
A diferencia de Chichen Itzá, que, para la llegada de los españoles ya llevaba algún tiempo abandonada; Tulum aún se hallaba habitada cuando éstos llegaron, entre 1518 y 1520. Sin embargo, pocos años después su pueblo abandonó la enorme muralla hacia finales del siglo XVI. Con tantos siglos de historia; es difícil averiguar la causa exacta, aunque, al igual que en Paquimé, probablemente tiene que ver con los conquistadores. Lo que sí sabemos con exactitud es que hay una leyenda sobre el momento en el que sus pobladores se fueron.
La muralla frente al mar
Antiguamente conocida como Zama, que significa amanecer; esta ciudad contaba con templos, un castillo, y una enorme muralla. Cuenta la leyenda que desde allí el rey de esta gran ciudad vio, a la distancia, las velas de los barcos españoles.
Teniendo un mal presentimiento; el rey juntó a su pueblo para advertirles. Podían huir si lo deseaban a la selva o a otros sitios mayas. Sin embargo, el pueblo demostró su lealtad al decidir unánimemente que se quedarían.
Pasó el tiempo; los conquistadores llegaron a orillas cercanas. Al rey de Zamá le llegaban las noticias conforme otros pueblos iban cayendo, uno a uno. Sin embargo, su pueblo permanecía firme: se quedarían junto a su rey.
Según los vestigios hallados años después; la muralla, era uno de los tantos sitios dedicados a la diosa Ixchel, la luna. Así pues, el rey; al observar la lealtad de su pueblo, se sintió conmovido y tomó una decisión. Le pidió a los guerreros que avisaran a su gente; y cuando la diosa Ixchel se encontrara en su punto máximo en el cielo, todos debían reunirse con él en la playa.
Los guerreros obedecieron. Cada habitante de Zama recibió instrucciones de encontrarse con el rey bajo la luna llena; solo con las pertenencias más esenciales. Pasados unos días en los que nadie vio ni supo nada del rey; comenzaron a preguntarse si él los habría abandonado. A pesar de ello, su lealtad era inamovible, por lo que al caer la noche, se encaminaron con sus cosas hasta la orilla.
El rey ya los esperaba allí. Bajo la mirada vigilante de Ixchel les contó que no tendrían oportunidad de sobrevivir a lo que se avecinaba, pues los conquistadores se hallaban cada vez más cerca de la muralla. Por lo tanto, tras consultarlo y pensarlo mucho; el rey decidió que huirían todos juntos, en compensación a su lealtad.
Muchos pobladores se preguntaron hacia dónde irían; pues se encontraban cercados por pueblos que ya habían caído. Sin embargo, su rey se veía seguro y sereno; así que después de un momento, todos aceptaron seguirlo.
El rey, sonriendo, les dio la espalda. Comenzó a caminar hacia el mar; pero antes de llegar al punto donde la arena se suavizaba por la caricia de las olas, se detuvo. Pasaron algunos segundos, durante los cuales nadie se atrevió a moverse ni a pronunciar palabra. Entonces, el rey dio un golpe a la arena con el talón.
El suelo comenzó a moverse, revelando un agujero que creció rápidamente. Al principio imperceptible, alcanzó en pocos segundos el tamaño de un cangrejo; y siguió aumentando de tamaño. Los habitantes de Zama, impresionados, se miraban unos a otros cuando el agujero superó el tamaño de un hombre adulto y siguió creciendo. Cuando tuvo espacio suficiente para que varios soldados del rey cupieran en él, la arena dejó de moverse.
Sin decir palabra, el rey miró a su pueblo e hizo un gesto para dejarlos pasar primero. El túnel, tan cerca de la orilla; solo podía dirigirse hacia algún punto bajo el mar.
De a poco, hombres, mujeres, niños, ancianos y guerreros entraron en el tunel. Cada quien cargaba sus pertenencias; y después de que hasta el último habitante de Zamá hubo entrado, el rey los siguió, cerrando la marcha. En cuanto se introdujo por la boca del túnel, ésta comenzó a hacerse más pequeña, al mismo ritmo que se había abierto, hasta que desapareció.
La leyenda afirma que sus descendientes aún habitan algún sitio bajo el mar; esperando el momento correcto para volver al mayab y devolverle su antiguo esplendor, en memoria de sus antepasados.